La conversión de Mariana (pt 5).


Mariana no supo unir la escena de celos por su madre y su macho con este relato
pero entendió que lo que Darío estaba sugiriendo era otro escalón más en su
entrega total a sus deseos…
Mientras su dueño la llevaba a su casa Mariana sabía que olía a sexo sucio y volvió a mojarse descubriendose asi. Como era costumbre, Darío detiene su auto a una cuadra, la besa fuerte sin culpas y mientras ella se baja le susurra: “estate atenta al celular. En un rato te escribo”.
Entra al edificio y en el ascensor, desquiciada y caliente, usando la tarjeta de crédito que Luciano le había extendido, retira una rica cantidad de polvo mágico y se da un saque que la hace vibrar. Estaba viviendo una nueva vida, mejor, se sentía otra mujer, más audaz, puta e independiente de su pareja.
Luciano estaba cocinando. Se saludan a distancia y Mariana emite el ruido típico de quién tiene la nariz húmeda mientras entra al baño: necesitaba tomar de nuevo. Vibra su celular. Es Darío. Sentada en el inodoro, mojadísima y drogada el whatsapp de su amante decía textual: “Recodá lo que te conté de “El abogado del Diablo”. ¿Sabés que? me encantaría verte con un nuevo look. Tus rulos y tu color castaño necesitan renovarse completamente. Mañana venite con el pelo mas corto, lacio y bien negro”. Mariana se quedó inmóvil. Se siente caliente por sus pedidos que bordean el peligro, por querer complacerlo. Caliente porque nunca había cambiado su típico look en los 27 años de vida: siempre rulos largos, pelo castaño. Detuvo su mente. Y se pensó asi, como Darío le pidió. Y se enchastró completamente.
Se mojó la cara en el lavabo intentando despabilarse, se arregló rápidamente y antes de salir del baño, consciente de que estaba dispuesta, una vez más, a consentir los deseos de su amante tomó dos tarjetazos uno por cada fosa. ¡Cómo la ponía la merca! Sentía, en el toilette del departamento que compartía con Luciano, que la cocaína entrando en ella estaba resignificada completamente: era la pija de Darío entrando en ella, cogíendola fuerte.
Su pareja seguía cocinando. “Amor” le dijo con un dejo de clara falsedad “¿en cuánto pensás que estará la cena?”. El inocente de su compañero, enfocado completamente en la cocción del menú, con el que seguramente pensaba agasajarla le respondió a la ligera “Mmmmh… calculo que una vez que termine con los ingredientes esta carne que tanto te gusta irá al horno. Supongo que en 45 minutos podemos disponernos a comer con un rico vino que compré”. Hace una pausa y le pregunta, amable como siempre “¿Me ayudás a poner la mesa, mi vida?“. Mariana sabía que estaba tirando nafta a las brasas pero no se amilanó. Merqueada, caliente y ávida de cumplir con el mandato de Darío le respondió, casi friamente “No, no. Esperame que salgo a la farmacia unos minutos y vengo ¿ok?”. Si. Luciano confiaba en ella pero temía que la notara tan cambiada y distante. Pero él no era confrontativo: solo volteó su cabeza hacia la fuente de la comida y le respondió, encogiéndose de hombros “Bueno, dale. Apurate”.
Ella salió muy rápido, no sea cosa que se arrepienta y peor todavía: que entablen una charla y su pareja note que no estaba “limpia”.
Llamó al ascensor ansiosa y cuando lo abordó para bajar hacia la calle hurgó en su cartera para darse un saque. La merca era su vida y ella la linkeaba directamente a Darío. Quedaba un resto escaso que solo alcanzó para que con su tarjeta pueda tomar un poco por cada fosa. “Que hermosa sensación. Darío tiene razón: la merca me coje y me lleva la mente hacia él”. Al llegar a la calle, de noche, tiró la bolsita vacía resignada –ya no tenía más- y caminó calle abajo hacia la farmacia que se encontraba a 5 cuadras.
Por suerte estaba de turno. Tocó el timbre en la vereda ansiosa. “Hola. ¿Tenés un kit decolorante y tintura color azabache?”. La empleada asintió, y volvió hacia el interior a buscar los dos productos. Los minutos pasaban y a Mariana se le hacía eterno. Merqueada como estaba pero molesta porque ya no tenía más cocaina cayó en cuenta que estaba jugando con el peligro pues su compañero la estaba esperando y al regresar era probable que notara su estado. Mientras aguardaba en la calle sintió una bocina de un auto. La ignoró. Sonó nuevamente, dos veces. Tres. Giró su cabeza y casi se le para el corazón ya que arrimado al cordón estaba el taxi con el tal “Julián” adentro. “¿Necesitás que te alcance a algún lado?”. Mariana no sabía que responder. Un escalofrío similar a los que venía experimentando cuando todo este delirio comenzó, esa sensación de saber que su deseo está mal, que cada paso que da es más peligroso que el anterior pero que como expresé antes: forma parte de su avidez. “Lo que quiero está mal, pero no puedo resistirme”. Antes de que decida darle una respuesta a Julián la chica de la farmacia interrumpe y le entrega lo que había ido a comprar. Mariana le paga con la tarjeta de débito que Luciano le extendió, si, con la que se tomó el último pase de merca y que todavía tenía unos restos de esa nieve sublime. Julián no dió muestras de darse por vencido: “Te espero y te alcanzo” le escuchó decir claramente. Se había bajado del taxi.
Mariana firmó el ticket, tomó la bolsita con el decolorante y la tintura y cuando cayó en si, estaba dentro del vehículo amarillo y negro, sentada al lado del tipo que esa mañana la había visto aspirar mientras se dirigía al trabajo y quien, sin ningún pudor le había ofrecido proveerle de cocaina.
Arrancó y sin llegar a recorrer una cuadra, Julián abre la guantera y Mariana casi se desmaya: un hermoso plato metálico de color plateado reposaba escondido y dentro de él, una enorme cantidad de “eso”. “Te dije que yo estoy dispuesto a facilitarte la búsqueda ¿no?”. Ella asintió con la cabeza, sin poder emitir palabra. Cuadro de situación: estaba a cinco cuadras del departamento que compartía con su pareja subida a un auto con un total desconocido quien sin tapujos le estaba ofreciendo tomar ahí, con él. Pensó “Es casi lo que me sucedió con Darío la primera vez. ¿Cómo puedo ser tan fácil que no consigo resistirme ante la mezcla tan excitante que se genera entre un hombre que sé que me desea sumado a la tentación de ofrecerme darme un pase, o dos?”-
Julián detuvo el auto en una cortada oscura. Tomó el plato reluciente, le armó un canuto con un billete y se lo puso directamente en la fosa derecha. Mariana no se resistió. Empezaba a sentirse dócil, manipulable. Él le armó una raya larguísima y gorda y ella se lanzó sin red. La aspiró entera, volviendo a advertir lo que ya era una costumbre: el polvo blanco era una pija gorda y rica que la penetraba viajando directamente hacia su cerebro. Se quedó shockeada por el sabor y el escenario y cuando se volteó hacia Julián, moqueando y con la boca imposible de contener, sus ojos fueron directamente a su entrepierna: su nuevo cómplice sin perder tiempo desnudó la pija más grande y gorda que ella jamás había visto. “No pensarás que te voy a cobrar por ser tu proveedor ¿No?”. Mientras la merca hacía lo suyo con su mente, volviéndola puta y deshinibida Mariana evaluó que ya no solo se econtraba engañando a Luciano ¡ella se reconocía la hembra de Darío pero la tentación era más potente! Ningún pensamiento sensato pudo con su instinto animal. La verga enorme de Julian ya estaba en su boca. Ahí, en el taxi. Ahí, en la calle. Ahí, a metros del departamento familiar.
La sintió sabrosa, grande, cabezona. Y él le presionaba la nuca para que se la trague toda y ella se dejaba. Era una puta y merquera. O quizás la merca la liberaba. No le importaba. Se sacó ese tremendo trozo de carne de la boca, babeando saliva y jugos y se tomó otra raya del doble de tamaño que la anterior. ¡La puta madre! ¡Que rica que eran! La poronga de Julián y su merca.
Tan caliente la volvió la escena… todo encajaba: se había quedado sin el rico polvo y justo aparece ese tipo totalmente desvergonzado que ya le había sacado la ficha.
“Dame. Quiero” le dice él. Ella toma el plato y antes de que se lo de, Julián le dice “No. No. Sacate el pantalón que quiero tomar de tu concha”. Mariana enceguecida, se desnudó completa. Ya describimos que era una hembra perfecta: alta, delgada, con unas tetas firmes y un cuerpo lascivo el que asi, volando de falopa, se volvía más salvaje.
Julián le puso un puñado en su clítoris rozado y le aspiró más de un gramo de un saque y ella acabó solo en ese acto y cuando el espasmo pasó vió la tremenda pija con otro montón de cocaina. “Tomá de acá. Probala. Probame”. Se inclinó obediente, aspiró de un tiro toda esa cantidad que fue directo a las partes de su cerebro más obcenas y al incorporarse gimiendo el clásico “Ahhhh…” luego de meterse la cocaína se apoya en el respaldo de la butaca mientras él reclina el asiento… Mariana quedó asi a su merced. Julián le hundió toda su carne haciéndole sentir semejante enormidad dentro suyo. Parecía que, de tan larga, no iba a entrar toda pero ella estaba tan empapada que como un acto intuitivo empezó a mover la pelvis enloquecida, extasiada, deseando que no quede ni un milímetro fuera de su concha.
Julián la cojió con fuerza al comienzo y al verla tan hipnotizada, comenzó a besarla tiernamente, como si fueran pareja. Las lenguas se entrelazaban, los labios se mordian y Mariana gemia y gritaba como lo que era y hasta hacía unos pocos dias no sabía. Una zorra, una puta. La puta de cualquier hombre que la avanzara con seguridad luego de compartir la rica cocaina.
Julán se aparta de sus labios un momento y le pregunta “¿Sabés algo? No se como te llamás”. Y en el preciso momento en que, al responderle, escuchó su nombre de su propia voz, un chorro inédito bañó la verga que la estaba poseyendo.
El acto duró más de media hora, tiempo en el que acabó varias veces hasta que Julián la dió vuelta, le puso merca en el culo para que su puerta de ingreso se adormezca levemente y le enterró su tronco con mucha dulzura llenandola de una leche espesa que parecía no terminar jamás…
Ya no pensaba en Luciano, su pareja. ¿Cómo le contaría todo esto a Darío? Porque, si, Mariana lo sabía, lo reconocía y lo aceptaba. Su compañero de trabajo era su macho alfa y, de alguna manera, lo estaba engañando.
Miró su celular con temor: habían pasado poco más de una hora. ¿Qué excusa urdiría que conformase a su compañero que la esperaba en casa? Él le había dicho que la cena estaría en 45 minutos pero además… ¡la farmacia solo estaba a 5 cuadras!
Toda transpirada, con un inconfundible olor a sexo, a sus fluídos y a la leche de Julián pero dándose cuenta de que no estaba saciada en un minuto de lucidez le dice al taxista: “Por favor, llevame corriendo a mi casa, es acá nomás. Mi pareja me está esperando y ya no tengo excusas”.
Julián volvió a comportarse con una amabilidad seductora, en sintonía con esos besos tan calientes y tiernos. “Por supuesto!” le respondió, la ayudó a vestirse rápidamente, le dió arranque a su auto y tomó rumbo para el departamento.
”Por favor, Julián, dejame en la esquina, si?”. “Claro” asintió. Al detener el taxi, como era de suponer, extiende su mano cerrada y dice “Llevate un regalo”. Le abre los dedos y en su palma le deja una bolsa enorme, como de 5 gramos de cocaína. “Voy a ser tu proveedor, recordalo”.
Mariana, impávida, en un acto reflejo, le hundió su lengua en su boca y se sintió bién, sin dudarlo.
“Tengo tu tarjeta. Te mando un audio en cualquier momento” fue su despedida y corrió hacia la puerta del edificio. ¡Una hora 12 minutos para ir a la farmacia y volver! No había excusas posibles. Nada conformaría a Luciano.
Estaba nerviosa, temerosa, culpable. Pero gozosa y muy merqueada.
Comenten. Que da ganas de seguir!
#Cocaina #Cocaine #Merca #Merquera #ChicaTomaMerca #GirlSnortCocaine #ChicaTomaCocaina #ChicaTomandoMerca #Cornudo #NoviaInfiel
Mientras su dueño la llevaba a su casa Mariana sabía que olía a sexo sucio y volvió a mojarse descubriendose asi. Como era costumbre, Darío detiene su auto a una cuadra, la besa fuerte sin culpas y mientras ella se baja le susurra: “estate atenta al celular. En un rato te escribo”.
Entra al edificio y en el ascensor, desquiciada y caliente, usando la tarjeta de crédito que Luciano le había extendido, retira una rica cantidad de polvo mágico y se da un saque que la hace vibrar. Estaba viviendo una nueva vida, mejor, se sentía otra mujer, más audaz, puta e independiente de su pareja.
Luciano estaba cocinando. Se saludan a distancia y Mariana emite el ruido típico de quién tiene la nariz húmeda mientras entra al baño: necesitaba tomar de nuevo. Vibra su celular. Es Darío. Sentada en el inodoro, mojadísima y drogada el whatsapp de su amante decía textual: “Recodá lo que te conté de “El abogado del Diablo”. ¿Sabés que? me encantaría verte con un nuevo look. Tus rulos y tu color castaño necesitan renovarse completamente. Mañana venite con el pelo mas corto, lacio y bien negro”. Mariana se quedó inmóvil. Se siente caliente por sus pedidos que bordean el peligro, por querer complacerlo. Caliente porque nunca había cambiado su típico look en los 27 años de vida: siempre rulos largos, pelo castaño. Detuvo su mente. Y se pensó asi, como Darío le pidió. Y se enchastró completamente.
Se mojó la cara en el lavabo intentando despabilarse, se arregló rápidamente y antes de salir del baño, consciente de que estaba dispuesta, una vez más, a consentir los deseos de su amante tomó dos tarjetazos uno por cada fosa. ¡Cómo la ponía la merca! Sentía, en el toilette del departamento que compartía con Luciano, que la cocaína entrando en ella estaba resignificada completamente: era la pija de Darío entrando en ella, cogíendola fuerte.
Su pareja seguía cocinando. “Amor” le dijo con un dejo de clara falsedad “¿en cuánto pensás que estará la cena?”. El inocente de su compañero, enfocado completamente en la cocción del menú, con el que seguramente pensaba agasajarla le respondió a la ligera “Mmmmh… calculo que una vez que termine con los ingredientes esta carne que tanto te gusta irá al horno. Supongo que en 45 minutos podemos disponernos a comer con un rico vino que compré”. Hace una pausa y le pregunta, amable como siempre “¿Me ayudás a poner la mesa, mi vida?“. Mariana sabía que estaba tirando nafta a las brasas pero no se amilanó. Merqueada, caliente y ávida de cumplir con el mandato de Darío le respondió, casi friamente “No, no. Esperame que salgo a la farmacia unos minutos y vengo ¿ok?”. Si. Luciano confiaba en ella pero temía que la notara tan cambiada y distante. Pero él no era confrontativo: solo volteó su cabeza hacia la fuente de la comida y le respondió, encogiéndose de hombros “Bueno, dale. Apurate”.
Ella salió muy rápido, no sea cosa que se arrepienta y peor todavía: que entablen una charla y su pareja note que no estaba “limpia”.
Llamó al ascensor ansiosa y cuando lo abordó para bajar hacia la calle hurgó en su cartera para darse un saque. La merca era su vida y ella la linkeaba directamente a Darío. Quedaba un resto escaso que solo alcanzó para que con su tarjeta pueda tomar un poco por cada fosa. “Que hermosa sensación. Darío tiene razón: la merca me coje y me lleva la mente hacia él”. Al llegar a la calle, de noche, tiró la bolsita vacía resignada –ya no tenía más- y caminó calle abajo hacia la farmacia que se encontraba a 5 cuadras.
Por suerte estaba de turno. Tocó el timbre en la vereda ansiosa. “Hola. ¿Tenés un kit decolorante y tintura color azabache?”. La empleada asintió, y volvió hacia el interior a buscar los dos productos. Los minutos pasaban y a Mariana se le hacía eterno. Merqueada como estaba pero molesta porque ya no tenía más cocaina cayó en cuenta que estaba jugando con el peligro pues su compañero la estaba esperando y al regresar era probable que notara su estado. Mientras aguardaba en la calle sintió una bocina de un auto. La ignoró. Sonó nuevamente, dos veces. Tres. Giró su cabeza y casi se le para el corazón ya que arrimado al cordón estaba el taxi con el tal “Julián” adentro. “¿Necesitás que te alcance a algún lado?”. Mariana no sabía que responder. Un escalofrío similar a los que venía experimentando cuando todo este delirio comenzó, esa sensación de saber que su deseo está mal, que cada paso que da es más peligroso que el anterior pero que como expresé antes: forma parte de su avidez. “Lo que quiero está mal, pero no puedo resistirme”. Antes de que decida darle una respuesta a Julián la chica de la farmacia interrumpe y le entrega lo que había ido a comprar. Mariana le paga con la tarjeta de débito que Luciano le extendió, si, con la que se tomó el último pase de merca y que todavía tenía unos restos de esa nieve sublime. Julián no dió muestras de darse por vencido: “Te espero y te alcanzo” le escuchó decir claramente. Se había bajado del taxi.
Mariana firmó el ticket, tomó la bolsita con el decolorante y la tintura y cuando cayó en si, estaba dentro del vehículo amarillo y negro, sentada al lado del tipo que esa mañana la había visto aspirar mientras se dirigía al trabajo y quien, sin ningún pudor le había ofrecido proveerle de cocaina.
Arrancó y sin llegar a recorrer una cuadra, Julián abre la guantera y Mariana casi se desmaya: un hermoso plato metálico de color plateado reposaba escondido y dentro de él, una enorme cantidad de “eso”. “Te dije que yo estoy dispuesto a facilitarte la búsqueda ¿no?”. Ella asintió con la cabeza, sin poder emitir palabra. Cuadro de situación: estaba a cinco cuadras del departamento que compartía con su pareja subida a un auto con un total desconocido quien sin tapujos le estaba ofreciendo tomar ahí, con él. Pensó “Es casi lo que me sucedió con Darío la primera vez. ¿Cómo puedo ser tan fácil que no consigo resistirme ante la mezcla tan excitante que se genera entre un hombre que sé que me desea sumado a la tentación de ofrecerme darme un pase, o dos?”-
Julián detuvo el auto en una cortada oscura. Tomó el plato reluciente, le armó un canuto con un billete y se lo puso directamente en la fosa derecha. Mariana no se resistió. Empezaba a sentirse dócil, manipulable. Él le armó una raya larguísima y gorda y ella se lanzó sin red. La aspiró entera, volviendo a advertir lo que ya era una costumbre: el polvo blanco era una pija gorda y rica que la penetraba viajando directamente hacia su cerebro. Se quedó shockeada por el sabor y el escenario y cuando se volteó hacia Julián, moqueando y con la boca imposible de contener, sus ojos fueron directamente a su entrepierna: su nuevo cómplice sin perder tiempo desnudó la pija más grande y gorda que ella jamás había visto. “No pensarás que te voy a cobrar por ser tu proveedor ¿No?”. Mientras la merca hacía lo suyo con su mente, volviéndola puta y deshinibida Mariana evaluó que ya no solo se econtraba engañando a Luciano ¡ella se reconocía la hembra de Darío pero la tentación era más potente! Ningún pensamiento sensato pudo con su instinto animal. La verga enorme de Julian ya estaba en su boca. Ahí, en el taxi. Ahí, en la calle. Ahí, a metros del departamento familiar.
La sintió sabrosa, grande, cabezona. Y él le presionaba la nuca para que se la trague toda y ella se dejaba. Era una puta y merquera. O quizás la merca la liberaba. No le importaba. Se sacó ese tremendo trozo de carne de la boca, babeando saliva y jugos y se tomó otra raya del doble de tamaño que la anterior. ¡La puta madre! ¡Que rica que eran! La poronga de Julián y su merca.
Tan caliente la volvió la escena… todo encajaba: se había quedado sin el rico polvo y justo aparece ese tipo totalmente desvergonzado que ya le había sacado la ficha.
“Dame. Quiero” le dice él. Ella toma el plato y antes de que se lo de, Julián le dice “No. No. Sacate el pantalón que quiero tomar de tu concha”. Mariana enceguecida, se desnudó completa. Ya describimos que era una hembra perfecta: alta, delgada, con unas tetas firmes y un cuerpo lascivo el que asi, volando de falopa, se volvía más salvaje.
Julián le puso un puñado en su clítoris rozado y le aspiró más de un gramo de un saque y ella acabó solo en ese acto y cuando el espasmo pasó vió la tremenda pija con otro montón de cocaina. “Tomá de acá. Probala. Probame”. Se inclinó obediente, aspiró de un tiro toda esa cantidad que fue directo a las partes de su cerebro más obcenas y al incorporarse gimiendo el clásico “Ahhhh…” luego de meterse la cocaína se apoya en el respaldo de la butaca mientras él reclina el asiento… Mariana quedó asi a su merced. Julián le hundió toda su carne haciéndole sentir semejante enormidad dentro suyo. Parecía que, de tan larga, no iba a entrar toda pero ella estaba tan empapada que como un acto intuitivo empezó a mover la pelvis enloquecida, extasiada, deseando que no quede ni un milímetro fuera de su concha.
Julián la cojió con fuerza al comienzo y al verla tan hipnotizada, comenzó a besarla tiernamente, como si fueran pareja. Las lenguas se entrelazaban, los labios se mordian y Mariana gemia y gritaba como lo que era y hasta hacía unos pocos dias no sabía. Una zorra, una puta. La puta de cualquier hombre que la avanzara con seguridad luego de compartir la rica cocaina.
Julán se aparta de sus labios un momento y le pregunta “¿Sabés algo? No se como te llamás”. Y en el preciso momento en que, al responderle, escuchó su nombre de su propia voz, un chorro inédito bañó la verga que la estaba poseyendo.
El acto duró más de media hora, tiempo en el que acabó varias veces hasta que Julián la dió vuelta, le puso merca en el culo para que su puerta de ingreso se adormezca levemente y le enterró su tronco con mucha dulzura llenandola de una leche espesa que parecía no terminar jamás…
Ya no pensaba en Luciano, su pareja. ¿Cómo le contaría todo esto a Darío? Porque, si, Mariana lo sabía, lo reconocía y lo aceptaba. Su compañero de trabajo era su macho alfa y, de alguna manera, lo estaba engañando.
Miró su celular con temor: habían pasado poco más de una hora. ¿Qué excusa urdiría que conformase a su compañero que la esperaba en casa? Él le había dicho que la cena estaría en 45 minutos pero además… ¡la farmacia solo estaba a 5 cuadras!
Toda transpirada, con un inconfundible olor a sexo, a sus fluídos y a la leche de Julián pero dándose cuenta de que no estaba saciada en un minuto de lucidez le dice al taxista: “Por favor, llevame corriendo a mi casa, es acá nomás. Mi pareja me está esperando y ya no tengo excusas”.
Julián volvió a comportarse con una amabilidad seductora, en sintonía con esos besos tan calientes y tiernos. “Por supuesto!” le respondió, la ayudó a vestirse rápidamente, le dió arranque a su auto y tomó rumbo para el departamento.
”Por favor, Julián, dejame en la esquina, si?”. “Claro” asintió. Al detener el taxi, como era de suponer, extiende su mano cerrada y dice “Llevate un regalo”. Le abre los dedos y en su palma le deja una bolsa enorme, como de 5 gramos de cocaína. “Voy a ser tu proveedor, recordalo”.
Mariana, impávida, en un acto reflejo, le hundió su lengua en su boca y se sintió bién, sin dudarlo.
“Tengo tu tarjeta. Te mando un audio en cualquier momento” fue su despedida y corrió hacia la puerta del edificio. ¡Una hora 12 minutos para ir a la farmacia y volver! No había excusas posibles. Nada conformaría a Luciano.
Estaba nerviosa, temerosa, culpable. Pero gozosa y muy merqueada.
Comenten. Que da ganas de seguir!
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