La conversión de Mariana (pt 2).
Entró a su casa veloz pero sigilosamente. Luciano se encontraba en el jardín trasero jugando con los gatos. Ella le gritó “amor, ya llegué, entro al baño” y se encerró caliente y confundida. Sentada en el inodoro escuchó que su pareja entraba a la casa y, rumbo a la cocina, le decia que iba a asar unas carnes. Ella le gritó “genial” desde el baño pese a no tener nada de hambre pues su estómago estaba cerrado de miedo y fogosidad. “Me pego un baño rápido, entonces”. Abre la canilla de la ducha, se quita la ropa con olor a sexo, a trampa, a su nuevo y sorpresivo macho, a leche, a sus jugos. Y se mira las marcas de las piernas y los brazos: Darío la había cogido duro, con violencia y estaba realmente movida por la aparición tan rotunda de su compañero.
Cuando metió la cabeza bajo la lluvia mojando su pelo castaño repleto de largos rizos, dentro de su cabeza aun seguía esa excitante imagen: ella, desnuda con una nueva y fantástica carne dentro suyo, siendole infiel a su marido, tan regalada como nunca se había permitido, muy merqueada y aceptando llenarse con el semen de su amante. Despejó el sentimiento de culpa deslizando sus dedos a su clítoris y se encontró, sorprendida, masturbándose repitiendo mentalmente “Ah, Darío… ahh… más”.Salió relajada, minimizando su falta, notando que la líbido derrotaba al malestar pese al sentimiento de culpa por saber que lo ocurrido no había sido algo ocasional ya que estaba convencida que esa novedosa y caliente situación se repetiría. Ella deseaba otro. Y otro más. Pensar de esa forma la sorprendió y tras una cena con pocas palabras se acostaron y mientras Luciano se dormía Mariana descifró lo que estaba ocurriendo en su mente: hasta las 20.50 de ese dia, los roles de su vida eran claros. Ella satisfacía a su marido otorgandole el cetro del sexo y de alguna forma “el poder” mientras que su papel era el de sumisa y complaciente. Nunca se había planteado cambiar esa rutina que ya era costumbre en su relación. Pero al aparecer Darío y lograr doblegarla, ella reconoció que él se hizo del mando, que ella ahora le pertenecía y por consiguiente era claro que había unas nuevas reglas, las que imponía su “macho” y esta secuencia ubicaba a Luciano como “el más débil” de ese nuevo y sorpresivo panorama. Asi que, ahi, en su casa, la culpa que sentía ante el claro perdedor, Luciano, su pareja, era mínima. Y eso la confundía, la ponía nerviosa pero la excitaba…
Por la mañana aun con todo ese cóctel dentro de ella, mientras iba a su trabajo se notó impaciente, incómoda, insegura. ¿Cómo debia comportarse al llegar? ¿Cómo se interrelacionarían con Darío? ¿Cómo actuaría él, en consecuencia?
Al llegar notó que el clima era el de siempre. Saludo a todos sus compañeros mientras su ahora “amante oculto” actuaba como era su costumbre, silencioso, casi sin destacarse del resto y en ese clima normal Mariana se fue relajando, aunque era claro que ella esperaba ansiosa, excitada, caliente, expectante ese momento preciso, en el que todo cambiaba y se volvía embriagador: el horario de cierre.
A las 20.50, como era rutina, cada uno de sus compañeros de trabajo comenzaron a tomar sus cosas y a despedirse de todos. Ella, para hacer algo de tiempo, comenzó a guardar sus cosas muy lentamente mientras disimuladamente levantó la mirada haciendo un leve paneo entre los escritorios y las computadoras pero, para su sorpresa, notó que Darío ya no estaba. Se desesperó, se sintió frustrada, desilusionada pero algo aliviada, quizás. Fue al baño de damas para hacer una última micción y al instante sintió un sonido y mirando por el espejo comprobó que ahi estaba él, su dueño. Al verlo entrar por la mezcla de miedo, culpa, excitación y alegria literalmente sintió una especie de orgasmo. Su amante la besó como solo besan los que son dueños de una mujer y Mariana no tuvo vergüenza “Dame merca” le dijo. “Quiero ser tuya, puta, infiel, merquera”. Dario tenia algo preparado, claro. Puso el plato en el piso del baño, trabó la puerta, armó 6 perfectas lineas y le orden+o “Sacate toda la ropa, ponete en cuatro patas y empezá a tomar”. Sin pensar si estaba bien o mal, al instante la sumisa estaba obedeciendo y mientras tomaba la primera raya de cocaina, Dario escupia sus dedos índice y medio y le estimulaba el orificio de su hermoso culo. Ella cerró los ojos y visualizó la imagen: Mujer casada. Desnuda en el baño de su trabajo. En cuatro patas, jalando merca y a punto de ser cogida por su amante dominador por el traste. Ni en sus peores sueños cargados de morbo siquiera imaginó esa situacion. No supo como, pero mientras se metiá la segunda linea, ya tenia el trozo caliente de él, su dueño, dentro de su culo. Volvó a visualizar la imagen. ¿Tan puta, infiel y regalada podía ser con este hombre? Y tembló de calentura. Darío mientras la cabalgaba, cual domador que somete a una yegua, la masturbaba con sus manos, asi fue que logró que acabe varias veces. No solo por el estímulo físico. Lo que estaba ocurriendo la emborrachaba de locura, entrega y sumisión. El le pidió el plato, lo puso en la cintura de Mariana quien escuchó con estremecimiento una larga y descontrolada esnifada. Dario la llenó en su estertor final, la dio vuelta con mucha suavidad, la beso tiernamente en la boca y mientras ambos jugaban con sus lenguas le introdujo suave pero decididamente su gordo pedazo de carne, aun erecto, en su entrepierna. Hay que decirlo claramente: su macho estaba cumpliendo con cada una de las normas que hacen a un dominador. Y para ese momento Mariana se estaba sintiendo atraída sentimentalmente.
Ese tipo al que ella ni registraba 24 horas antes, había logrado que ella realmente se sienta suya. Ya no solo en la carne, Mariana estaba enloquecida por él. Como la noche anterior, la llevó a su casa. Esta vez estaba más enchastrada, sucia, merqueada y deshinibida que la primera vez. Cuando Dario detiene el auto la mira y le advierte: “Como notarás, esto no termina acá. Mañana vamos a cojernos vos y yo, pero fuera de la oficina, en el departamento de Santino”. Mariana lo miró e hizo un claro gesto que Darío decodificó al instante: “no estoy comprendiedo”. “Si. A Santino lo conocés. Es el flaco que tiene la imprenta frente a la oficina. Bien. Vive en el edificio de arriba de su negocio. Santino y yo hemos coincidido hace meses en que te teníamos ganas, muchas ganas. Que estás muy buena y a pesar de que todos te conocemos tímida y callada apostamos que seguro eras muy puta como para desperdiciarte. Mañana, Marian querida, vamos a cojer los 3”. Y mientras la besaba mordiendole los labios, le colocaba una bolsita de cocaina en el bolsillo del sacón. “Tomala en casa y acordate de mi“ le ordenó.
Mariana bajó del auto confundida, asustada, excitada, desbordada. Entró a su casa. Luciano no estaba. Se sorprendió, pero igual no perdió tiempo y entró al baño con prisa. Saco la bolsita del bolsillo y se metió dos rayas que la transportaron a la oficina, al sexo con ese tipo tan extremo, a la trampa. Por primera vez experimentó sentirse como una verdadera puta. Se estremeció y decidió no abortar nada de lo que estaba ocurriéndole. La merca ya no era un estimulo extra para su pareja y ella. Ahora era la contraseña que la transformaba en una rica ramera. La prostituta de Darío.
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