La conversión de Mariana (pt 1).



 
    Estaba llegando la hora de cierre de la oficina. Miró el reloj en la pared que marcaba las 20.50. Algunos ya se habian retirado, pues no había mucho trabajo. Apagaron algunas luces y Mariana, recogió sus rulos para estar más comoda mientras guardaba sus cosas en la cartera. Por el rabillo de un ojo notó que solo quedaban ella y Darío, un compañero bastante oscuro, silencioso, un tanto tímido y retraído con quien no recordaba haber tenído trato alguna vez.
Él la mira, gira su cabeza de un lado al otro y le dice con una voz firme y decisiva: “Creo que estamos solos, ¿no?”. “Si” responde ella, casi desganada, sin levantar la mirada de las cosas que estaba poniendo dentro de un bolso. Darío, con voz punzante, sin ningún atisbo de temor le pregunta “¿Querés?” mostrándole, con una convincente sonrisa maliciosa una bolsita con cocaína. Ella, sin emitir un solo sonido ni expresar ningún gesto, sintió que se mojaba. Sin dar muestras de aceptación bajó su mirada algo nublada a su bolso intentando disimular su estado.
Claro que Mariana tomaba. Solo con Luciano, su pareja y siempre en un único y definitivo entorno sexual. Ella y su marido aspiraban cocaina juntos y, esporádicamente, invitaban a alguna amiga de ambos y ese revuelto podía terminar con algunos simples besos o con sexo de a tres porque Luciano le había enseñado a Mariana que la merca solo tenía un determinado objetivo: el sexual y con la presencia protectora de su marido. Pero ¿tomar sola, sin Luciano? Jamás pasó por su cabeza. O lo que era muchísimo peor aun: ¿compartir unas lineas de merca junto a un compañero, varón, de trampa en la ya desierta oficina? Eso nunca lo había pensado ni deseado. Ni con este hombre ni con nadie más que su pareja.
Darío insistió: “Dale, Marian. ¿Quién se va a enterar de esta travesura?”. Mariana sonrío ente el planteo de su compañero, que sonaba hasta inocente y atisbó a contestarle “Vos estás loco, ¿no?” una respuesta que claramente era ambigüa: no estaba aceptando pero tampoco se estaba negando. Darío pareció percibir ese pequeño hueco de duda de Mariana, tomó la iniciativa pasando a la acción. Sacó un platito que tenía en un cajón, volcó un puñado del polvo blanco - ante la cada vez más asombrada, impávida y temblorosa Mariana - con una gillete armó rápidamente y con maestría 4 líneas largas y gordas. “Dale, nadie más que nosotros dos vamos a saber de esto” le dijo en tono tranquilizador pero demandante.
Darío estaba jugando con fuego y Mariana sentía un ardiente e irresistible calor entre sus piernas. Como un flash pensó en su pareja, su iniciador y único compañero de esas locuras, en la confianza mutua que lograron construir, en la lealtad que se gestó con esa especie de pacto no escrito que hablaba firmemente de que nunca se cortarían solos para temas tan delicados e íntimos como tomar merca y, obviamente, tener sexo con terceros. Pero Darío, demostrando una personalidad decidida y dominante supo leer que ese titubeo que desbordaba a Mariana y que cualquier otro tomaría como una respuesta negativa y tajante, representaba claramente más una cuestión de “no debo” que de “no quiero”. Entonces sin hablar una sola palabra más, tomó un billete de 10 dólares lo enrrolló velozmente y le acercó con su mano izquierda el plato con las perfectas lineas blancas y con la derecha, el improvisado tubo. Mariana, que vió toda la secuencia como si hubiese durado menos de 1 segundo, empezó a ceder cuando su mente comparó y se escuchó pensar: “Ufff, arma las líneas mucho mejor que las que prepara Luciano” y ese mero pensamiento en el que su pareja empezaba a correrse del centro de la escena y que Darío comenzaba a ocuparlo volvió a producir humedad en su entrepierna. Ya se estaba entregando. Lo sabía y se sintió embriagada por la situación, como… borracha, mareada… y en semejante estado de sometimiento notó que la cocaína, rápida, fácil y cómodamente ingresaba por una de sus fosas nasales. Ahí se dió cuenta de que ella no tenía nada en sus manos. ¡Si ella nunca había tomado el tubo de papel moneda! Abrió los ojos buscando respuestas y vió con excitación extrema que Darío le había colocado en su nariz el billete enrrollado y pegado al plato que él mismo sostenía, como un dueño que manipula el deseo de su sometida. Y lo que ella suponía que se precipitaría, ocurrió en ese instante. La rica merca que entró velozmente dentro de ella la empujó y sin tomar conciencia Mariana ya estaba desnuda, caliente, gozosa, con el duro miembro de Darío en su boca.
Su frágil personalidad era su secreta perdición: ella, por cortesía, amabilidad y pudor nunca enfrentaba con un “NO” cualquier circunstancia que otra persona propusiera y que ella no quería o no deseaba acceder. Cuanto mucho, respondía con un “jajaja” por cumplido y se retiraba sin marcar territorio propio ya que jamás iba a pegar un puñetazo en una mesa reclamando derechos ni para cortar de plano una situación que la molestaba o que no correspondía, ya fuera por cuestiones laborales con un jefe, o por situaciones injustas con un compañero o con alguna clienta maleducada. Era permisiva, esa era su debilidad pero hasta el momento ningún hombre que haya intentado conquistarla llegó a doblegar su lealtad a su pareja.
Pero, en verdad, de ser condescendiente al extremo por educación y para no confrontar a encontrarse teniendo sexo infiel con alguien con quien jamás entabló un diálogo la sorprendía y eso la calentaba.
Mientras sentía como el miembro gordo, tórrido y magnífico de Darío la penetraba y él empezaba a bombearla comprendió que la había arrastrado a complacer y entregarse por completo a otro hombre que no fuera su esposo. Darío casi la había forzado, obligado, pasó por encima de su tibia negativa y ese claro gesto de dominación fue vital para dejarse sojuzgar totalmente.
Mientras Darío le sacaba el sweater y desprendía su corpiño, le recordaba que aun quedaban 3 lineas en el platito. “Tomate otra” ofreció y Mariana obedeció inmediatamente mientras él la tomaba de la nuca entre sus rizos castaños y la empujaba suavemente inclinando su cabeza al plato con merca. Toda la escena le pegaba duro en su morbo: que Darío ponga las reglas, la excitaba. Complacerlo totalmente, la enloquecía y estar engañando a su pareja no solo con sexo sino también compartiendo la rica cocaína con otro hombre que no fuera Luciano la enloqueció. No lo pensó, ni lo determinó. Pero estaba claro que al menos en ese sucio y retorcido momento, ella le pertenecía a su compañero de trabajo devenido en su dueño y amante, pues era asi claramente como ella entendia que funcionan los vinculos, sus vínculos: ella siempre sumisa, excitada de complacer a un macho que domine.
Aspiró con fuerza otra más y le pidió, con ternura, que él la acompañe. Asi vió por primera vez a otro hombre que no sea su pareja tomando cocaína y jamás pensó que el éxtasis que le producía semejante imagen sería tan incontrolable. Perdió el uso del tiempo y el espacio, y cuando –cual espiral que marea- caía en la realidad, aunque fuera por segundos, se veía en el baño de hombres de su oficina, de trampa, merqueada, desnuda y compartiendo sexo y droga con otro hombre. Pese a que una pequeña voz de alerta, de peligro le adivirtió en su cabeza que todo ese cuadro, absolutamente todo, era lesivo para su vida personal, para su hasta ese dia hermosa relación con Luciano y la precisa posibilidad de perder todo por un arranque irracional, desoyendo esas alertas, enceguecida, Mariana se entregó por completo a los deseos y pautas que Darío forzó. Y en ese estado comprendió que no solo sería imposible negarse si esa circunstancia con Darío se volvía a repetir. Y mientras la 
carne de su amante crecíao en sus entrañas y la cocaina elevándola, fantaseó por un instante con la posibilidad que esto que estaba ocurriéndole podría repetirse si mañana cualquier otro hombre -que actuase igual de determinante- le ofrezca un seductor y arriesgado “cruze de límite” con tanta decisión. ¿Ella iba a ceder de la misma forma que Darío había logrado? Inmediatamente supo que había un “porque” para que esta situación no ocurra con cualquier otro y era el reconocer y aceptar que acababa de darle los mandos de su sumisa voluntad a su hasta hacía un rato, casi desconocido compañero de trabajo. Pensarse cediendo a un tercero y al instante reconocer que mientras Darío la quisiera, la iba a tener produjo en Mariana tres largos y electrizantes orgamos. El último se produjo cuando su macho le metió de prepo un puñadito de merca en su nariz y ella aspiró gozosa y complaciente.
Casi no hace falta aclarar:  Darío no estaba usando preservativo alguno y llevando su dominación al máximo le dijo: “Sentí, sentí como te lleno de mi”. Ella exclamó “Si” en un suspiro y escucharse ceder tanto la hizo temblar. Acto seguido el semen de su macho la inundó provocando en la nóvel infiel un cuarto y total clímax.
Mariana estaba caliente, plena, embriagada pero muy temerosa. Si Darío hacía una rápida lectura de lo ocurrido, iba a darse por enterado que desde ese momento él podía hacer con ella lo que deseara. Y, con semejante autorevelación sintió arderse por dentro ante semejante peligro.
Se lavaron rápido, ya eran casi las 21.45 (hora en la que habitualmente llegaba en colectivo a la casa que compartía con Luciano) y se animó a preguntarle a su reciente amante si podía llevarla en el auto lo antes posible y asi disimular la terrible deslealtad que había cometido. Dario accedió, se vistieron, cerraron la oficina y subieron al auto de él con rumbo al hogar de Mariana. Su macho, mientras manejaba, le dedicó palabras dulces, sensibles, acogedoras que calmaron el remolino que ella tenía en su interior, una lucha entre el goce completo (que corría peligro de repetirse) y la locura que acababa de cometer. La dejó a media cuadra y cuando se bajaba, la tomó de la campera y forzó un apasionado y húmedo beso de despedida.



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