La conversión de Mariana (pt 4).





    Salió a la calle, paró un taxi y le pidió que por favor se apurara. Durante el viaje, sin ninguna vergüenza y un poco a escondidas detrás del respaldo del asiento del chofer, se tomó un par de puñaditos más. Al llegar al trabajo casi 10 minutos tarde, el chofer, que había sido testigo de sus snifadas que ella pensó secretas,  se voltea y antes de que ella pregunte cuanto costó ese viaje le dice mirándola fijamente: “Este viaje no te lo cobro” y antes de que ella se reponga tras unos segundos por la sorpresa que necesitó para interpretar lo que estaba ocurriendo, el taxista le extiende un papelito con un número de celular y el nombre “Julián”. “Llamame si en algún momento necesitás comprar. A cualquier hora. Ok?” y le guiñó un ojo.
Abrió la puerta, se bajó con el papelito en la mano y mientras el auto se alejaba, se quedó pensativa en la vereda. Un tipo que no conocía la habia visto tomar merca y en esa secuencia consiguió un viaje gratis y el valioso numero para conseguir cocaína cuando ella quisiera sin tener que pedirle ni a Luciano ni a Darío. Su alta, delgada pero curvilínea figura se reflejaba en una vidriera. Se miró y se gustó mucho y en ese estado, merqueada y deshinibida se descubrió tan seductora que la deducción cayó sola en su cabeza. “Estoy segura de que si me lo cojo hasta puedo conseguirla gratis” se confió y se apuró para entrar, ya tarde, a su obligación laboral.
Su jefe no estaba. Una buena. Y Johana, su mejor compañera le habló con los ojos: “Ay, dios, te van a rajar, boluda”. Mariana se encogió de hombros. “Tenés visitas” le dijo sonriendo Johana. Sin comprender y esperando que no sea Luciano, al caminar velozmente a su escritorio escuchó una voz familiar seguida de una risita que también conocía muy bien y al ingresar a su sección, 15 minutos tarde, descubre que quien la esperaba era su madre que se encontraba con una taza de café entre sus manos y charlando de manera extremadamente grata con… ¡Darío!
“Hola” dijo Mariana. “Buen dia” dijeron casi a dúo Marisa, su mamá y el hombre que le había cambiado la cabeza secretamente. Mientras madre e hija se abrazaban el amante secreto aprovechaba para retirarse, no sin antes decirles: “Las dejo solas, charlen tranquilas, aprovechen que hoy el jefe viene recién por la tarde”.
“Mamá, que hacés acá?”. "Es que fuimos con tu padre a comprar unos productos para mi peluquería a un negocio que queda a unas 5 cuadras de acá y como había mucha gente para pagar, lo dejé en la cola y se me ocurrió venir a visitarte un ratito. ¿Hice mal?”
“No, para nada” respondió Mariana incómoda porque nunca había estado drogada a la mañana mientras se disponía a trabajar y con su madre delante. No sabía si al mirarla Marisa iba a notar algo raro en sus ojos asi que se sentó, se resguardó tras los anteojos y se puso a tipear unos artículos en la computadora. El silencio duró poco. “Marian, nunca me contaste de este compañero tuyo, Darío. Es muy amable, me encantó su voz y sus modos cordiales y de caballero. Y, la verdad, tiene algo”. Mariana se quedó sorprendida... Si bien Marisa era una madre joven jamás se había mostrado abiertamente interesada en algún hombre delante de su hija.
Marisa se casó con Cristian, el padre de Mariana, a los 18 años. Fue madre a los 19 del hijo mayor y casi dos años después nació nuestra protagonista antes de que su mamá cumpliera los 21. Pasaron 27 años del nacimiento de Mariana, por lo que Marisa tenía 48 primaveras, recién cumplidas. Una madre joven y muy atractiva que mantenía su cuerpo haciendo actividad física y comiendo saludablemente. Para cerrar esta breve descripción de la mamá de Mariana, hay que decir que en varias ocasiones algunas personas expresaban, sorprendidas, que habían pensado que las dos madre e hija, eran en realidad hermanas. Retomemos el punto en el que Marisa le confía a Mariana lo bien que le caía haber conocido recién a quien era su nuevo macho, su dueño.
Fueron solo 10 minutos. La madre le hablaba a su hija de sus cosas y la hija volaba con la mente sin poder concentrarse: un amante posesivo, la merca rica, su repentina autoestima de saberse seductora y deshinibida, la cocaína ahí, cerca, su pareja feliz pero extrañamente ausente de todo, el peligro, la excitación que le provocaba complacer a Darío en cada locura arriesgada que se le ocurriese… ¿que novedad ocurriría mañana? Peor: ¿hoy?
Luego de un rato, su madre se despide con un beso y un abrazo y Mariana la ve irse y se escucha pensando “que sexie es mi vieja. Está muy fuerte. Con razón Darío se hizo el agradable con ella”… Se escuchó pensando asi y detuvo en seco su cabeza:“¿Cómo? ¿Estoy celosa?” se retó con una sonrisa. Realmente era un mundo nuevo que tenía que descubrir o peor: se iban generando reglas nuevas que ni siquiera estaban escritas o si lo estaban, ella las desconocía.
El dia pasó sin sobresaltos, con el agregado de que Mariana se encontro 3 ó 4 veces tomando merca en el baño de su trabajo. Peligro y calentura. Ni más ni menos: se escondia de la mirada de sus compañeros, corriendo riesgos y ni bien esa rica sustancia entraba en ella y se la cogía, el peligro mutaba a adrenalina y la adrenalina le producía un estímulo sexual que mojaba su entrepierna.
Pensó en pajearse ahí en el inodoro de damas de la oficina en la que trabajaba pero temió demorar mucho, asi que se conformó con entrar cada tanto a jalar de la bolsa que Darío le habia dejado la noche anterior. Y ya le quedaba poca. Se fastidió y por la cabezá se le cruzó el ofrecimiento del taxista. Se contuvo “No” se dijo, “no hagas más cagadas” y dejó por unos segundos que su cabeza la imagine a ella llamándolo sin que Darío y Luciano sepan y ofrecerle una mamada a cambio de una buena cantidad. Pensarse en esa posibilidad la excitó afiebradamente mientras un rico y jugoso chorro húmedo le corría por su deseosa concha.
Suena su celular. Un mensaje de Luciano: “Ya estoy en casa, amor. Te amo”. Y antes de que articule alguna frase convincente para contestarle, entra otro mensaje. Darío: “A la salida, esperame a la vuelta, debajo del toldo del restaurant, que está oscuro. Quiero hablarte”. La  presencia de Darío la movilizaba mucho a pesar de estar atravesando un dia en el que se descubrió estimulándose ella sola. Se calentó viendose tomar frente al espejo, aspiró en un taxi sin importarle la presencia de un extraño, se mojó tomando varias veces en el baño del trabajo por primera vez, se imaginó putaneando con el taxista puntero que no le cobró el viaje y hasta sintió celos de su madre con su amante. Pero sabía que era Darío el que logró en ella esa nueva construcción y que ella únicamente podía cortarse sola únicamente cuando su amante no esté presente ya que no había duda alguna de que ella le pertenecía a las necesidades que su macho propusiera. Cuando están juntos era él el que tenía el timón no solo porque con su fuerte personalidad logró doblegar todos los códigos que Mariana respetaba y mantenía; a ella la provocaba hasta la entrega total el cumplir el rol de “la puta de otro hombre” y que en ese juego de tres en el que el tercero no es el invitado, sino su propia pareja quien no solo ignora todo lo que está ocuriendo a sus espaldas sino que además sin saberlo, ha perdido el total manejo de las voluntades de su esposa quién conscientemente desoye los códigos o reglas que pueda sugerir su compañero el que por lógica posición tendría el rol de socio o compinche, pero ella por una voluntad que la superaba y que no pensaba resistir cedió unilateralmente y en forma desleal la potestad al amante, al extraño, al nuevo.
Y es gracias a esa apertura tan zarpada y sin limites la que convirtió a Mariana en una especie de lugarteniente del macho dominador y salvo que su amante no proponga nada o se ausente, ella quedaba al mando de si misma y podía disponer de contextos que 3 ó 4 dias atrás ni se le cruzaban por la cabeza. Darío de alguna forma la había empoderado y Mariana sabía que, si en ausencia de él, ella tenía algun desliz, contárselo sería muy caliente. Eso si: estaba decididamente claro que a quien jamás le confiaría todo esto es a Luciano. Y esto ocurre, justamente, porque Mariana, enceguecida de fiebre por Darío, solo le era leal a él.

Hora de salida. 20.55. Antes de retirarse para encontrarse con su amante quien aparentemente no tenia propuestas sexuales para esa noche, le envía un mensaje a Luciano inventando una excusa. Se excusó diciéndole que estaba retrasada porque había pasado su madre por el trabajo y se había olvidado unos papeles en su escritorio y se los tenía que llevar. Luciano contesta enseguida “Ok. Beso, amor. Y dejale un beso a mis suegros”. Ella responde con un emoticón de guiño y piensa “que poco amorosa que estoy con él. Él no me reclama. Y es extraño: todo esto me excita…”

Llega puntual para encontrarse con Darío en el lugar pactado, a la vuelta de la oficina en la que ambos trabajaban pero nota que debajo del toldo del restaurant no hay nadie esperándola aunque, a los pocos segundos Darío toca la bocina de su auto, estaciona en la vereda invitándola a subir. Mariana no esperaba esto pues supuso que el encuentro iba a ser ligero pero no pudo evitar volver a mojarse. La trampa, el peligro, cruzar lineas osadas y  riesgosas la ponían a punto. Y más cuando a cada segundo se le presentaba una aventura nueva, no planeada.
Sube y Dario la besa caliente metiéndole la mano por debajo del pantalón. “Estás mojada” le dice. “Todo el dia” responde ella en un gemido que denota rendición. El acelera, hace un par de cuadras y se mete en una plaza llena de árboles y muy oscura. Mariana está caliente. Entregada. No solo no le sale decir “no”. Desea eso y más. No lo evita, no lo rechaza. Lo recibe.
Dario le desprende el pantalón, le corre la pequeña bombacha y hunde dos dedos en su rica y rosada concha mientras saca su enorme pija. Mariana, loca y caliente, se la mete toda en la boca. “¿Qué me hiciste, hijo de putas? No puedo negarme a nada, me tenés completamente entregada, regalada y me encanta” y sigue chupando con la lengua, los labios, le mordisquea esa carne irresistible mientras Dario la desnuda completamente. Y Mariana, con ese trozo único en su boca sigue haciendo asociaciones en su mente: “Sos casada, nunca le fuiste infiel ni desleal a Luciano. Y de buenas a primeras, mirate: en un auto con un tipo que es casi un extraño, en una plaza, toda desnuda, empapada como jamás supusiste, con resaca por tomar merca toda la tarde poniendo en riesgo tu trabajo… que puta sos, Marian” remata ella misma en su cabeza. Darío sigue pajeándola. Ella acaba una, dos, tres veces. Se estremece y sigue chupando. Recorre con la lengua completamente abierta y gorda todo el tronco desde los huevos hasta la enorme cabeza, lamiendo y poniéndosela entera en su boca… hasta que su amante la llena de su leche en convulsiones y gemidos… y asi quedan, en silencio, con el cuerpo disfrutando del desandar luego de la llegada del orgasmo… Mariana rompe el silencio “¿Asi que te estabas haciendo el langa con mi vieja?” y se rie, avergonzada por demostrarle celos a ese tipo al que 4 dias atrás ni conocía. “De eso te quería hablar”. Mariana lo mira. “¿Tu vieja tomaba merca de más jóven, no?”. “¿Qué decís?” se sobresalta ella. “¡Estás más loco y enfermo de lo que pensé!”. “Mariana, querida. Puedo ser un zarpe en las circunstancias apropiadas y cruzar todas las líneas prohibidas, pero también tengo mi lado serio y observador. Y tu mamá, de verdad te digo, tiene tips de persona que ha tomado cocaina en varias ocasiones”. Mariana estaba inmóvil y sin saber que decir. Claro que ella iba a responder “No” todas las veces que Darío le pregunte lo mismo respecto a su madre, pero no entendía a que venía todo esto hasta que él habló con una pregunta: “¿Viste la película “El abogado del diablo”?”. “Si” responde no muy segura. “Hay una escena que resume y personifica completamente el peligroso juego de seducción de un tercero a una mujer casada. Ocurre entre Al Pacino que resulta ser el padre del otro protagonista, Keanu Reeves, y la esposa de este último, que personifica Charlize Theron quién como se ve es ni más ni menos que la propia nuera de Al Pacino”.

Mariana escuchaba perdida sin emitir sonido alguno. “Están todos en una gran fiesta, suntuosa en la que Reeves se pierde entre tanto lujo con una seductora y enigmática mujer, secretaria de quien es su jefe y a la vez, su padre. Aunque Keanu lo desconoce..  Pacino mientras tanto, charla con su nuera a solas, si esto fuera posible entre el gentío, pero él se las ingenia para que ella sienta que no hay nadie más que ellos dos ahí. Y es asi que entre varias cosas, su suegro, el empleador de su marido va persuadiendo a la que es su inocente nuera de que en realidad ella se vería mucho mejor con un drástico cambio de imagen: ya no más su cabellera de rulos castaños pues él está seguro de que con el pelo lacio, corto y completamente negro Mary Ann –que asi se llama su personaje- encontraría su verdadera personalidad. Más sexie, más provocativa”. Darío hace un alto en su relato, mira a Mariana y le expresa con un tono de voz que no le conocía. “Mary Anne usa bucles, como vos, cabellera larga y abundante de color castaño, como vos”. En ese momento, toma su celular y presionando play le muestra la pantalla: “Mirá. Esta es la escena”. Mariana mira, absorta, sabiendo, aceptando –y disfrutando- que asi, completamente desnuda, empapada, y transpirada como una ninfómana en celo, sometida, gozosa y consciente de los efectos de la merca, con restos de la espesa leche de su amante en sus labios, en su papilas gustativas y en su pelo que en ese estado de desprotección se encuentra a merced de su amante… y mientras piensa eso sin poder quitar los ojos del fragmento del film, empieza a chorrearse de calentura. El morbo que sale de esa parte de “El abogado del diablo” en el que Pacino convenciendo y seduciendo a la esposa de otro hombre, que no solo es su empleado sino también su hijo hasta que la convence.a que se recoja el pelo para que descubra en un espejo frontal como luciria su cuello… esa escena es muy sofocante. Mary Ann, les recuerdo, no solo es la mujer de su empleado: también es la esposa de su propio hijo…y ella va cediendo a ese remolino que es tan sucio que en la secuencia en la que Charlize Theron va consintiendo a los pedidos del que se va transformando en su amo y se levanta el pelo, se mira al espejo como se ve su cuello descubierto, mientras Pacino le susurra cosas en el oido y en ese momento, asi de vulnerable, ella cierra los ojos en un gesto de entrega y total excitación quu hasta se podría afirmar que se moja su entrepierna al  verse avasallada complaciendo, caliente, a otro hombre, que no es su marido. Peor aun: es el jefe. Y en ese juego de trampa, sumisión y poder, Mary Ann, a metros de Kevin Lomax (el nombre de fantasía de Keanu Reeves), su pareja, cede al deseo del irresistible John Milton.


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